"Si me
dices quién está sonando ahora mismo te hago una rebaja".
Así empezó todo
y en blanco me quedé. Por mucho esfuerzo que pusiese en escuchar esa canción
sabía perfectamente que no tenía ni la menor idea, balbuceé unos minutos para
hacerme la interesante y con atrevimiento susurré un: No sé.
Agachaste la
cabeza y dijiste que era normal a mi edad, que la juventud de hoy en día no
escuchamos a los "bosses" de ayer. Sonaba Bruce Springsteen.
Un poco
avergonzada, te di la razón. No conocía absolutamente ni una canción de
"El Boss". Al igual que tampoco había visto "La voz
dormida" en su estreno ni fui a ver "Copito de nieve" al teatro.
Digamos que
nuestro primer encuentro no fue perfecto. Fue un desastre, qué cojones.
Me hablaste de
tu historia, tus mujeres, tu juventud, de tus costumbres argentinas.
Y ahí no me pillaste.
Sabía cómo conquistarte a la perfección. Nada como hablarle de fútbol y de
música a un buen argentino. Te hablé de los grandes, pero te reías... Eras
del Rosario Central y del Atlético de Madrid. Nada. No había
manera.
Probé
contándote quién era mi "Boss". Te hablé de sus canciones y de lo que
me hacían sentir.
Y me
hablaste de él, "maldito loco arrogante", decías. "Es
una bestia".
Y
empezamos a conectar, rápidamente me acomodé y me pediste que pintara. Yo. Pintar. Claro...
Y pinté.
Si me lo
hubieses pedido con otro acento y con otra voz me lo hubiese pensado, pero nada
te ataba. Te fuiste a comprar una cerveza, yo seguía pintando y al cargo de tu puesto. Volviste y me seguiste contando tu historia. Mientras yo
pintaba.
Me hablabas de las enfermedades mentales de tu ex-mujer. De tus hijas. De anécdotas tristes y bonitas.
Me hablabas de las enfermedades mentales de tu ex-mujer. De tus hijas. De anécdotas tristes y bonitas.
Y te observaba.
Todo tu puesto era sucio,
un jodido desastre. Entre colillas, trozos de
cartón pintados, discos y mierda, se escondía una bonita mini cadena. Sucia.
Decidiste cambiar de boss, me pusiste Bob Dylan, y te pedí una canción para darle más énfasis al momento.
Te gustaba esa canción. Y te reías...
Te hablé de mi historia,
mucho más corta que la tuya. Y supiste cómo entrar en mi mundo.
Hablamos de hospitales, de la salud mental, de por qué enfermera.
Me preguntaste por mis novios y yo te hablé del tiempo.
Hablamos de hospitales, de la salud mental, de por qué enfermera.
Me preguntaste por mis novios y yo te hablé del tiempo.
Te reías. Con tus ojos
azules, tu pelo blanco y tus dientes manchados.
Tu olor. Horrible, por cierto.
Tu olor. Horrible, por cierto.
Y tu sentido del humor,
pésimo.
Hablamos de escenarios, de tus puestos, de Ibiza, de Madrid y Buenos Aires.
De Calamaro. Mi boss.
De Dylan. El tuyo.
"Ten cuidado, muñeca,
vas a acabar mal". Lo noto, decías.
Y te reías.
Me estabas analizando
mientras hablaba y yo me ponía nerviosa,
"Tienes el rostro cansado pero la mirada alegre. Deberías dormir más".
Gracias.
"Tienes el rostro cansado pero la mirada alegre. Deberías dormir más".
Gracias.
Hablabas de mis 22 como si
fueran los tuyos. Que me veías más de los Rolling que de los Beatles. Porque tenía pintilla de rebelde, de huracán. Pero te hablé de los Beatles.
Nos ayudamos, nuestra
velada cada vez sabía mejor.
Pregunté a mi yo-interior
qué coño estaba haciendo y me dijo que siguiera.
Y así seguimos mientras tú
hablabas y yo ordenaba tu puesto.
No paraba de hacerte
preguntas y, joder, no te callabas.
Y empezaste a cantar... lo
que me faltaba.
Y canté contigo.
Me dijiste que cantaba mal
pero que ponía empeño.
Gracias de nuevo.
Quise comprar un collar y tú
me lo regalabas, pero no era justo, no había adivinado quién cantaba dos horas
antes. Y me ofreciste que te invitara a un café.
Me llevé mi collar, sin
rebaja. Rechazándote el café y huyendo de ti. De tu seducción
argentina, tu olor a vino, tus cosas de locos y tus cuadros. Me dijiste que no volvería
y no volví.
Pero me regalaste lo mejor
de ese día, me conmoviste.
Fueron los ojos más bonitos
que había visto en mi vida.
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